lunes, 20 de abril de 2009

Gracias, J.K. Rowling


La temática principal de este blog es la literatura y, en concreto, la literatura juvenil. No soy crítico literario ni tengo previsto llegar a serlo; soy, simplemente, un lector más y, por eso, las entradas de este blog van a ser comentarios personales a algunos de los libros que más me han gustado. Y puestos a empezar, lo haré por una saga que ha proporcionado horas de entretenimiento, no sólo a mí, sino a millones de lectores: Harry Potter.

No creo que nadie fuera capaz de prever el éxito apabullante de esta creación de J.K. Rowling. Millones de libros vendidos, 15.000 millones de dolares de beneficios para la autora, que se convierte así en la mujer más adinerada del Reino Unido, por delante de la Reina Isabel II. Seis películas y una más en camino. Camisetas, estuches, sábanas, mochilas... ¿No es esto éxito? Por supuesto, pero, más difícil que conseguir todo esto, es lograr que millones de niños, adolescentes, jóvenes y mayores hayan acompañado a Harry, Hermione y Ron a lo largo de siete intensos cursos.


Comencé a leer el segundo libro con poco interés y mucho escepticismo. De hecho, no empecé por el primero porque no lo tenía a mano y tampoco me importaba mucho. El escepticismo sólo me duró diez páginas, lo mismo que tardó en crecer el interés. Acabé el segundo tomo, conseguí el primero y ya no paré hasta el cuarto... porque todavía no había aparecido el quinto.
Afortunadamente tengo un buen nivel de inglés (más me vale, porque soy profesor de este idioma) y he podido leer los tres últimos libros antes que muchos no angloparlantes. No he hecho cola en la puerta de la librería para ser el primero en comprar el libro recién salido de la imprenta, pero sí que me ha dado prisa para leerlo antes de que me pudieran contar el final. He devorado los siete libros de la saga y he disfrutado con sus más de 3.500 páginas. El día que finalicé Harry Potter and the Deathly Hallows, fue como despedirse de un amigo al que sabes que ya no te volverás a encontrar.


He leído diferentes críticas sobre Harry Potter, la mayoría muy positivas, pero no faltan algunos que lo tachan de superficial y plagado de tópicos. A mí, personalmente, me parece una obra faraónica: siete libros, uno detrás de otro, cargados de historias y de historia; siete cursos en los que los personajes evolucionan año a año como el resto de mortales; una historia coherente de principio a fin; un mundo paralelo con sus leyes y sus reglas en el que el lector llega a sentirse como en casa; y una gran variedad de hechizos, pociones, leyendas, animales y plantas mágicas...

¿No es esto una obra maestra? ¿No se ha ganado Rowling un puesto entre los grandes de la literatura juvenil? Yo creo que sí, y espero, con toda la ilusión del mundo, que esta gran escritora no se conforme con lo que ya ha logrado y nos deleite con más creaciones; aunque lo va a tener muy complicado para igualar la calidad de Harry Potter.

sábado, 11 de abril de 2009

¿Qué les gusta a los niños?

"El problema de los adultos era que siempre pensaban como adultos. Tenía gracia. Los niños nunca habían sido adultos y, sin embargo, sabían perfectamente qué estaban pensando los mayores, mientras que los adultos habían sido niños durante años, pero jamás podían conseguir pensar como niños." La Huida de Nathan por John Gilstrap.
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¿Te has encontrado alguna vez en la necesidad de elegir un libro para un niño? (Con permiso de nuestros ministras y nuestras ministras, voy a utilizar el masculino genérico para hablar tanto de hombres como mujeres) Pues te puedo asegurar que no es una tarea fácil. Los Reyes Magos deben plantearse la posibilidad de presentar su renuncia cada vez que un niño, seguramente animado por sus padres, escribe en su carta el término libro, así, en general. "Quiero la PSP 2 turbogeneration, un mp4 marca apple, la camiseta del Valencia con el nombre de David Villa a la espalda... y un libro".
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Y es que, aunque hay cientos de libros para el público más joven, no todos cumplen los requisitos mínimos para agradar a estos supercríticos literarios.
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Me gusta la literatura juvenil, quizá porque de pequeño casi no leía y ahora siento la necesidad de llenar ese vacío. Recuerdo cuando, hace un par de años, leí un libro de Los Cinco para ver si podría interesarle o no a alguno de mis alumnos. Al terminarlo pensé: "¡qué lástima no haberlo descubierto antes!", porque, aunque me duela reconocerlo, ahora ya me pilla mayor y, en mi opinión, la serie de Los Cinco es una de esas que solo disfrutan realmente los niños.
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Pues, como decía más arriba, siento interés por la literatura juvenil y procuro estar más o menos al día de los últimos títulos que llegan a las mochilas de los chavales. Siempre que veo en algún periódico, revista o suplemento cultural algún artículo sobre literatura infantil y juvenil, le echo un vistazo y, con mucha frecuencia, encuentro que los libros que suelen leer los chicos que conozco ni siquiera aparecen en la lista de obras de mayor relevancia que ofrecen esos estudios o que, si se los cita, no pocas veces es de un modo desdeñoso, como simples productos de mercado que han llegado a los niños gracias a la publicidad, pero que contaminan el valioso archivo que nos han dejado los escritores de épocas pasadas.
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Sinceramente, no estoy de acuerdo con esas clasificaciones ni con esos prejuicios. Es solo una opinión personal pero, al fin y al cabo, para eso tengo un blog, para escribir mi opinión, que puede cambiar si alguien me da argumentos razonables, ¡no al inmovilismo!
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Como se suele decir: "los niños son niños, pero no tontos". Como pone en la cita que he escrito al principio de este comentario, a los adultos nos suele costar saber cómo piensan los niños, y por eso, es fácil que caigamos en estereotipos anticuados o simplificaciones.
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Las historias de flores que hablan y de osos traviesos están muy bien para chavales pequeños, incapaces de seguir una trama mínimamente compleja. Pero, a partir de los nueve o diez años, aunque depende de cada caso, los niños que son lectores habituales ya están preparados para dar un gran salto en el mundo literario.
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Es cierto que algunas editoriales lanzan libros de baja calidad en busca de un éxito fácil. Es como un cóctel de contenidos seguros, que bien frío y agitado, llamará la atención de una parte del sector juvenil. Pero los supercríticos, es decir, los niños, no se dejan engañar tan fácilmente y esas obras son como la canción del verano: se ponen de moda dos meses y luego pasan al olvido. No me parece justo, sin embargo, etiquetar de este modo a Best-sellers juveniles que han triunfado en los últimos años, pero que tienen una consistencia mucho mayor que esos "corta y pega" a los que me refería hace un momento.
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He leído Harry Potter, del primera al último, las tres primeras partes de Eragon, casi todo lo de Laura Gallego, Carta al Rey, el Príncipe de los Ladrones, Corazón de Tinta... Y me parecen todos unos grandísimos libros, que además tienen el don de gustar a mucho chicos. Sus autores han vendido millones de ejemplares, llenando de entretenimiento las horas de jóvenes y no tan jóvenes. Y, además, son nuestros contemporáneos. Son libros serios, con argumentos más o menos complejos y personajes bien construidos. Y si sus autores han visto crecer sus ingresos de la noche a la mañana, mejor para ellos, se lo merecen.
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Además, algo tendrán cuando estos libros, que clasificamos como juveniles, consiguen captar la atención de lectores mucho más maduritos, entre los que me incluyo. Que el protagonista sea un niño no quiere decir que sea un libro sólo para niños, y que se trate de una historia de fantasía, tampoco. Dos ejemplos: Huckleberry Finn y los Viajes de Gulliver. El primero es una de las obras más relevantes de la literatura americana, cargada de simbología y crítica social. Y el segundo es todo un panfleto político que pone de vuelta y media los distintos regímenes de gobierno.
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Algunos padres insisten en que sus hijos lean los mismo libros que leyeron ellos de pequeños, no me parece mal ni mucho menos. Pero debemos comprender que cada época tiene su estilo, y lo que gustaba hace veinte años no tiene porque gustar ahora. Los clásicos seguirán siendo clásicos, de ahí su nombre, pero quizá un niño tenga que leer muchas novelas más simples antes de ser capaz de apreciar uno de esos grandes libros; lo contrario sería como obligar a un bebé a comerse un chuletón de kilo.
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Una última reflexión para finalizar: he tenido la suerte de conocer a varios chicos que podríamos calificar de superlectores, devoran libros a una velocidad difícil de igualar. Por qué será que estos chicos, pese a tener 12 ó 13 años, aunque disfrutan con libros juveniles, enseguida dan el salto a una literatura más propia de adultos. Quizá sea porque, en realidad, lo que diferencia a un lector joven de un adulto no son tanto los gustos como el entrenamiento. Un libro juvenil no tiene que ser simplón, sino asequible.

viernes, 10 de abril de 2009

Capítulo III

CAPÍTULO III

Al llegar a casa, Erik fue directamente a la parte de atrás, comprobó que los cachorros estaban en su caseta y después se dirigió hacia los establos. La granja de la familia de Erik era la más grande del pueblo. Cuando Árkhelan dejó el ejército gastó gran parte de sus ahorros en ella. Además de los típicos animales de granja, Árkhelan también criaba caballos y los domaba. Era un magnífico jinete y los conocía muy bien, por esta razón, muchos de los caballos que usaban los oficiales del ejército habían sido criados por él.

Cuando Erik llegó al picadero, vio a Robert, su hermano pequeño, montado a caballo y a su padre junto a él enseñándole. Erik sonrió recordando cuando su padre le enseñó a montar. Al principio sintió bastante miedo al verse en lo alto de ese gran animal, pero Árkhelan estuvo en todo momento junto a él, como hacía ahora con Robert. En pocos días Erik fue capaz de montar sólo y ahora casi igualaba en destreza a su padre.

Algunos meses atrás, a principios de verano, Erik cumplió quince años y ese día Árkhelan le regaló un caballo, un magnífico ejemplar de color negro azabache. Erik había presenciado su nacimiento, tres años antes, y desde entonces había cuidado de él con muchísimo cariño. Se llamaba Darko y, pese a ser todavía bastante joven, era un animal de gran fuerza y velocidad que obedecía la menor insinuación de su amo, pareciendo adivinar sus pensamientos. Erik lo montaba a diario; le gustaba salir a galopar por el valle soltando las riendas y permitiendo que fuera Darko quien eligiera el camino.

-Hola, Erik –saludó Robert desde lo alto del caballo -. ¿Has visto cómo monto?

-Lo haces muy bien, pronto podremos salir juntos a dar una vuelta –respondió Erik sonriendo.

-Claro que sí –intervino Árkhelan-, lo único que te falta, Robert, es un poco de confianza para ir más relajado, pero pronto perderás el miedo y llegarás a ser un gran jinete.

-¿Cómo tú? –preguntó Robert con sencillez.

-Mejor que yo, espero –respondió Árkhelan.

-Pero si tú montas muy bien –insistió Robert.

-Es cierto –reconoció Árkhelan-, pero mi ilusión es que mis hijos sean en todo mejores que yo, y sus hijos mejores que ellos.

-Y así sucesivamente hasta el final de los tiempos –bromeó Erik-. ¿Os queda mucho rato?

-No, ya es hora de ir recogiendo, está empezando a oscurecer.

Erik ayudó a su padre y a su hermano a llevar los caballos a los establos y a guardar al resto de animales en sus jaulas. Después entraron en casa donde Nela trajinaba, acabando de preparar la cena.

Nela, sólo un año menor que Erik, era una chica alegre y responsable que había adoptado el papel de mujer de la casa desde el fallecimiento de su madre. Trabajaba muchísimo y cuidaba de sus hermanos pequeños con la misma dedicación que si fueran hijos suyos. Erik la trataba siempre con delicadeza, cariño y agradecimiento, consciente de las muchas privaciones a las que se sometía por el bien de la familia.

-¿Te ayudo en algo, Nela? –preguntó Erik acercándose a su hermana.

-Sí, podrías ir poniendo la mesa porque la cena ya está casi lista. ¡Robert, no toques la comida con las manos sucias!

-Pero si no me las he manchado –protestó el aludido mientras se dirigía a obedecer la orden de su hermana.

Robert, un muchacho de pelo moreno y revoltoso, tenía tres años cuando murió su madre, así que sólo conservaba un vago recuerdo de ella. En su rostro infantil, se adivinaban los rasgos fuertes propios de su familia. Sus ojos, grandes y azules, contrastaban con la palidez de su cara y la iluminaban cuando los abría desmesuradamente, como hacía siempre que algo llamaba su atención. Para él, Nela era más una madre que una hermana y procuraba hacerle caso en todo, por el cariño que le tenía y para evitar que le regañara; porque aunque Nela era muy cariñosa, tenía un carácter fuerte y enérgico que afloraba si alguien provocaba su enfado.

Mientras Erik ponía los cubiertos y los platos, apareció su hermana pequeña, Bera; una criaturilla de cuatro años, de ojos verdes y melena rubia, que no paraba de hablar con su lengua de trapo y un gran desparpajo. Enseguida se agarró a la pierna de Erik para que éste la tomara en brazos.

-¿Cómo estás bichejo? –le dijo Erik mientras le daba un beso.

-¡Muy bien! Hemos estado jugando con la nieve.

-Aprovecha porque ya queda poco para que se derrita, de hecho debería haberse derretido ya. ¿Me ayudas con los cubiertos?

-¡Sí!

Ya en la mesa, la familia charlaba animadamente comentando los diferentes acontecimientos del día. Nela estaba pendiente de que no faltara nada, y su padre tenía que insistirle para que no se levantara y cenara con tranquilidad.

-Hoy hemos ido a visitar a Markus –dijo Erik-. Le he pedido que nos ayude a amaestrar a los cachorros.

-¿Markus, el cetrero? –preguntó Nela con cierto asombro.

-El mismo –respondió Erik mientras miraba a su padre intentando descubrir alguna reacción.

-¿Y qué os ha dicho? –inquirió Árkhelan al fin.

-Que sí, que nos ayudará –Erik no pudo resistir la curiosidad por más tiempo y continuó hablando-. No sabía que era amigo tuyo.

-No nos vemos mucho últimamente –comentó Árkhelan con una sencillez que desarmó a Erik-. ¿Te ha dicho algo especial?

-Bueno, no sé. Cuando llegamos nos miró con un poco de desconfianza, hasta que me reconoció. Entonces nos dijo que os había conocido a ti y a mamá hace muchos años, antes de que os casarais.

-Es cierto, Markus y yo servimos juntos en el ejército.

-¿Y por qué no nos habías hablado nunca de él? –preguntó Erik con cierto temor a ser demasiado indiscreto.

-Como te he dicho, hace bastante tiempo que no nos vemos. Cuando dejé el ejército, me dediqué por entero a la granja. Markus se había instalado aquí algunos años antes y estaba muy ocupado con sus animales. Siempre ha sido un poco excéntrico y…

-¿Qué quiere decir excéntrico, papá? –Interrumpió Bera.

-Loco –respondió Robert.

-No –corrigió Árkhelan-, no quiere decir loco, si no un poco especial. Markus es un gran cetrero y un buen soldado, pero no es fácil tratar con él porque nunca sabes cómo va a reaccionar. No hay duda de que es un hombre de honor y muy trabajador pero…

-Está loco.

-¡Robert! –intervino Nela sin poder reprimir una sonrisa.

-Bueno, quizá un poco –concedió Árkhelan-, pero no es una locura peligrosa. En el fondo es un buen hombre, lo que pasa es que el pobre ha sufrido mucho y por eso es un poco desconfiado.

-¿Qué le pasó? –preguntó Bera.

-Eso no es asunto vuestro, hay que saber respetar la intimidad de las personas –respondió Árkhelan.

-Mañana le llevaré los cachorros para que los vea y para que me diga qué tengo que hacer –dijo Erik retomando el hilo de la conversación-. Espero que él pueda ayudarme.

-No te preocupes, Erik –le tranquilizó Árkhelan-, si alguien sabe de animales, ese es Markus. Dale recuerdos cuando lo veas y dile que me pasaré a saludarle uno de estos días.

Capítulo II

CAPÍTULO II

-Erik, ¿te has vuelto loco? –dijo Árkhelan en un tono sereno pero firme-. ¿Cómo vas a criar unos lobos en la granja? Los lobos son animales salvajes, antes de que te des cuenta atacarán a nuestro ganado o al de nuestros vecinos, o mucho peor, a cualquier persona. Que una manada de lobos ataque a un rebaño de ovejas ya es malo, pero que seamos nosotros quienes criemos a nuestros enemigos es una locura.

-Papá, por favor, déjame cuidar de ellos. Los amaestraré, los educaré y les enseñaré a respetar a las personas y a los animales.

-No son perros aunque lo parezcan, Erik, son lobos; pertenecen al bosque, tienen instinto asesino y eso no se lo puedes cambiar por mucho que quieras.

-Son sólo unos cachorros separados de la manada. Estoy seguro de que pueden aprender a convivir con otros animales y a obedecer a su amo. Por favor… Confía en mí, déjame intentarlo –casi suplicó Erik.

Árkhelan miró a su hijo fijamente, no era un chico obstinado ni cabezota. Tenía personalidad y un carácter fuerte pero sabía obedecer y rectificar cuando era preciso. No se dejaba llevar por los caprichos, era muy cumplidor y responsable en las tareas de la granja…

-¿Y qué pasará si, a pesar de todos tus esfuerzos, no consigues adiestrarlos y ocurre algún incidente? -preguntó por fin.

-Entonces, yo mismo me encargaré de sacrificarlos –respondió Erik con decisión, consciente del compromiso que estaba adquiriendo.

-Muy bien, no sé si te das cuenta de lo difícil que va a ser educarlos y del esfuerzo que te va a suponer procurarles alimento. Sólo podrás usar productos de la granja mientras se limiten a beber leche, después tendrás que cazar para ellos hasta que aprenden a hacerlo solos. ¿Dónde van a vivir?

-Les construiré una casa junto al granero –dijo Erik aliviado al ver que había conseguido su propósito-, y sólo les dedicaré mis ratos libres. No te preocupes, papá, no dejaré de cumplir ninguno de mis encargos por cuidar de ellos.

-Lo sé –fue la breve respuesta de su padre mientras salía de la habitación.

-¿Y cómo vas a adiestrarlos? –preguntó Gunnar al día siguiente mientras paseaban por el pueblo. El muchacho se apartó un mechón de pelo castaño que caía sobre sus ojos oscuros y continuó masticando una apetitosa manzana.

-No tengo ni idea, pero no creo que sea difícil –contestó Erik-. Sólo son unos cachorrillos, lo único que hay que hacer es alimentarlos y conseguir que se vayan familiarizando con las personas, y con los animales de la granja.

-Hasta que una buena mañana te levantes y descubras que tienes tres gallinas menos porque los lobos decidieron darse un buen desayuno –comentó Kodran.

Erik miró a su amigo sin saber qué responderle. Kodran tenía el don de encontrar el punto débil a los razonamientos. Con su pelo oscuro, nariz afilada y ojos rasgados, era la personificación de la ironía y el sarcasmo, aunque su buen corazón habitualmente le impedía cruzar ciertos límites o le llevaba a rectificar en caso contrario.

-Mira, yo no tengo ni idea de cómo se educa a unos lobos –continuó diciendo el muchacho-, pero me parece que tendrías que informarte bien porque si no tendremos un problema, sobre todo tú, que te has comprometido a educarlos o sacrificarlos.

-No hace falta que me lo recuerdes –dijo Erik pesaroso-, sé muy bien en qué lío me he metido. ¿Y cómo quieres que me informe? ¿Conoces a alguien que pueda ayudarnos?

-Mi padre siempre dice que si hay alguien en la aldea que sepa de animales, ése es Markus –intervino Gunnar-. Durante muchos años fue el cetrero real. El rey y todos los nobles le encargaban que adiestrara a sus halcones para las cacerías. Vive solo, no muy lejos de aquí, al norte del pueblo. ¿Por qué no vamos a preguntarle si nos puede ayudar?

-¿¡Markus, el cetrero!? –dijo Kodran con sorpresa-. Por lo que he oído se lleva mejor con los animales que con las personas. Tiene muy mal genio, lo más seguro es que nos mande a paseo sin darnos tiempo a explicarle lo que queremos. ¿Qué opinas, Erik?

-Yo también he oído hablar de él y de su humor de perros pero, si es cierto que es el que más sabe de animales, me parece que no perdemos nada por intentarlo. ¿Queréis que vayamos ahora?

-Bueno, ¿por qué no? –Fue la breve respuesta de Kodran, aunque la expresión de su rostro manifestaba que no le acababa de gustar la idea.

Los tres amigos se dirigieron a la granja de Markus. Estaba situada junto al río y rodeada de árboles por todas partes. Junto a la cabaña había un enorme granero de madera con pequeñas ventanas a gran altura. Se acercaron temerosos. Erik y Gunnar empezaban a preguntarse si realmente había sido una buena idea venir a consultarle.

-A lo mejor no está en casa –dijo Gunnar con la voz entrecortada-, podemos volver otro día, ¿no?

–Quizá tengas razón –dijo Erik.

Ya se estaban dando la vuelta cuando escucharon un ruido metálico que salía de dentro del granero. Erik respiró hondo y dijo:

-Me hace tan poca gracia como a vosotros ir a hablar con ese hombre misterioso pero, si realmente puede sernos de ayuda, tendremos que decidirnos a hablar con él. Yo iré primero, seguidme.

No dio tiempo a que le respondieran. Con paso decidido, Erik se encaminó hacia el origen del tintineo que seguía escuchándose cada vez con más claridad. La puerta del granero estaba entreabierta. Sin atreverse a entrar, Erik la golpeó con fuerza para llamar la atención de quien estuviera dentro pero no lo consiguió, así que volviendo a llamar dijo:

-¿¡Hola!? ¿¡Hay alguien!? Estamos buscando al señor Markus, por favor.

En ese mismo instante cesó el ruido metálico. Unos pasos ágiles se encaminaron hacia ellos. Erik se echó hacia atrás instintivamente situándose entre Gunnar y Kodran. Enseguida se abrió la puerta empujada por un hombre de unos cincuenta años alto y fuerte. Su melena larga y totalmente blanca caía más allá de sus hombros. Llevaba el torso desnudo y sujetaba un gran martillo con su mano derecha. Su inexpresivo rostro, cubierto en parte por una barba bien recortada, era de piel curtida y estaba manchado de carbón. Sólo sus ojos de un color azul intenso transmitían algún sentimiento. Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano izquierda y habló en un tono educado pero nada acogedor:


-Yo soy Markus, ¿me buscabais?

-Sí –dijo Erik retomando el aliento-, veníamos a pedirle un favor si no es mucha molestia… Pero si está ocupado podemos venir otro día –concluyó aceleradamente al ver la mirada fría que le estaba dirigiendo el cetrero.

Los tres chicos empezaron a retroceder lentamente, mascullando una excusa apenas audible, cuando Markus les detuvo:

-Espera, ¿no eres el chico de Árkhelan?

-Sí, señor, me llamo Erik –dijo con un tono algo más firme.

-Sí, claro que sí, te pareces bastante a él, supongo que te lo habrán dicho muchas veces.

-La verdad es que no, casi todos dicen que me parezco más a mi madre. Ella…

-Murió hace cuatro años al dar a luz a tu hermana pequeña –continuó Markus en un tono sorprendentemente comprensivo-. Lo sé. Lo siento. Era una gran mujer, digna esposa de un gran general como tu padre. Sí, conocí a tu madre –respondió Markus a la pregunta que se adivinaba en los ojos de Erik-. La conocí, mucho antes de que tú nacieras, cuando era sólo una joven campesina y tu padre un joven oficial del ejército. Tu padre y yo servimos juntos durante varios años. Pero todo esto no viene al caso, queríais pedirme un favor. ¿De qué se trata?

-Dicen que usted es la persona que más sabe de animales del valle –dijo Kodran al ver que Erik aún no se había repuesto de la sorpresa.

-Es cierto, y no sólo del valle, posiblemente de todo el país –repuso Markus sin inmutarse.

-Queríamos hacerle algunas preguntas sobre lobos –intervino Gunnar, que hasta entonces no se había atrevido a abrir la boca.

-¿Lobos? ¿Qué queréis saber sobre los lobos? ¡Ah, entiendo! Venís por lo del lobo que cazó ese animal carroñero de Olaf, ¿no?

Erik no pudo evitar sonreír al comprobar que Markus tampoco sentía un gran aprecio por el trampero.

-No exactamente –dijo el chico mucho más tranquilo-, aunque sí que está relacionado con ese lobo.

Sintiéndose cada vez más seguro, Erik relató con detalle todo lo acontecido con los zorros, la madre loba y sus cachorros, y el compromiso que había adquirido con su padre de educar a los lobeznos o sacrificarlos si llegaban a ser una amenaza. Markus escuchó con interés sin interrumpir la narración. Cuando Erik terminó, respiró hondo y mirándole atentamente le dijo:

-Estaba en lo cierto, te pareces mucho a tu padre, y no sólo en lo físico, aunque es cierto lo que decía tu madre: “ojos verdes como el mar y el cabello...”

-“Como el trigo” –concluyó Erik, asombrado de que Markus hubiera evocado esas palabras, tantas veces escuchadas en su infancia.

-Correcto. Y como el general Árkhelan, siempre defendiendo al débil y desamparado –continuó el cetrero-, aún sin tener muy clara cuáles van a ser las consecuencias. Así que ahora tienes dos cachorrillos y no sabes qué hacer con ellos para que no se conviertan en un peligro cuando crezcan –Markus clavó su mirada en los ojos de Erik-. Pero dime, ¿para qué quieres tú un par de lobos? ¿Para fanfarronear por ahí? ¿Para pasear por el pueblo montado a caballo, con tus lobos detrás enseñando los dientes al que te miré mal?

La pregunta pilló por sorpresa a Erik. Miró a sus amigos y vio que ellos también estaban confusos. Lo cierto era que no se habían planteado la finalidad de todo lo que estaban haciendo. Tras reflexionar unos segundos, Erik se dirigió a Markus y, al hacerlo, su voz sonó decidida:

-No quiero criar a los lobos para que sean mi juguete, ni para impresionar a los demás. Son dos pobres criaturas indefensas que no sobrevivirían solas. Vi como unas alimañas atacaron a su madre. Mientras la loba se estaba muriendo, yo estaba a su lado y, aunque parezca una locura, cuando me miró por última vez, sentí como si me estuviera pidiendo que cuidase de sus cachorros por ella. Sé que los lobos son animales libres que pertenecen al bosque, no pretendo domesticarlos para que se comporten como unos perrillos falderos, pero tampoco puedo alimentarlos sin más, sin pensar en lo que ocurrirá después. Así que lo que haré, espero que con su ayuda –añadió el muchacho-, será criarlos hasta que puedan valerse por sí solos y después llevarlos lejos de aquí para que lleven su propia vida. Pero mientras estén bajo mi cuidado necesito que respeten a los demás animales y no quiero tenerlos todo el día encerrados ni atados.

Por primera vez desde que habían empezado a hablar, algo parecido a una sonrisa asomó a los labios de Markus.

–Bien, chico, bien -dijo en tono pausado-. Si es como dices, puedes contar con mi ayuda aunque no te garantizo nada. Una cosa es amaestrar un halcón, pero un lobo… Veremos qué pasa.


-Pues tampoco es para tanto, ¿no? –dijo Gunnar mientras volvían a sus casas-. Creía que iba a ser peor y, bueno, no es que sea un pozo de simpatía pero…

-Sí –intervino Kodran-, yo me esperaba un ogro con colmillos afilados y garras de león, que viviera en una casa tenebrosa, rodeada con estacas en las que estuvieran clavadas las cabezas de sus víctimas… Y sólo es un hombre normal y corriente, aunque es cierto que impone bastante. ¿Qué opinas Erik?

-Sí, parece un buen hombre aunque un poco desconfiado. No sé, la verdad es que lo último que me esperaba es que conociera a mis padres y, al parecer, bastante bien. En el fondo tiene sentido, él también era de la guardia personal del rey. Lo que no entiendo es por qué mi padre nunca me ha hablado de él.

Capítulo I



CAPÍTULO I

La mañana era fría, igual que las últimas mañanas. El invierno había acabado, pero la nieve seguía cubriendo el suelo y las hojas de los árboles. El agua del río transportaba alguna que otra lámina de hielo que, poco a poco, se iba deshaciendo al chocar contra las rocas o al caer por una de las pequeñas cascadas. Erik salió de su casa dispuesto a dar de comer a las gallinas, que no se atrevían a salir de su gallinero. Sólo había avanzado unos metros cuando escuchó unos pasos apresurados a su espalda. Al volverse vio con sorpresa a Kodran y a Gunnar, que corrían hacia él. Erik se detuvo y saludó a sus amigos. -Buenos días, ¡habéis madrugado! ¿Qué os trae por aquí tan temprano? -Buenos días, Erik –dijo Gunnar intentando recuperar el aliento-. Tienes que acompañarnos, necesitamos tu ayuda. -¿Mi ayuda? ¿Para qué? –preguntó Erik-. ¿Ha ocurrido algo? -¿¡Aún no te has enterado!? –intervino Kodran-. Todo el pueblo lo está comentando. Durante los últimos días, el viejo Styrmir había visto un lobo merodeando por los alrededores de su granja. Se lo dijo a Olaf y éste puso varias trampas por la zona. Ayer por la tarde el lobo cayó en una de ellas y Olaf lo remató clavándole una flecha en el corazón. -¿¡Un lobo!? Pero si aquí no hay lobos –objetó Erik-. Hace muchos años que las manadas dejaron estas montañas y se fueron hacia el sur. Además, ¿cuándo se ha oído decir que un lobo ataque solo y a plena luz del día habiendo personas cerca? ¿Estáis seguros de que no lo habéis entendido mal? Seguramente habrá sido algún perro salvaje, un zorro u otra alimaña; y el pobre Styrmir estaría tan asustado que lo habrá confundido con un lobo. ¿Y Olaf? Estará fanfarroneando, como siempre. -Te equivocas, Erik –insistió Kodran-, fue un lobo. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Olaf llevó su cuerpo al pueblo para enseñárselo a todo el mundo. Dice que va a hacerse un gorro con su piel y un collar con sus colmillos. -¡Una jaula es lo que habría que hacer para esa comadreja y encerrarlo allí hasta que aprendiera a comportarse como un hombre! –respondió Erik visiblemente enfadado. Olaf era conocido en el pueblo por emplear todo tipo de trucos y trampas para cazar, sin importarle que la presa fuera un cachorro o que sus trampas destrozaran los huesos de los animales que caían en ellas. Erik entendía la caza como una cuestión de honor y supervivencia, un combate entre el cazador y la presa en el que había que desplegar todas las habilidades para merecer la recompensa -¿Y para qué necesitáis mi ayuda? –preguntó Erik con cierta brusquedad. -Queremos ir en busca de los demás lobos –dijo Gunnar-. Como tú has dicho, hace mucho que dejaron estas montañas y si los lobos han vuelto, queremos ser los primeros en encontrar una manada. Erik le miró incrédulo. -¿Queréis ir a buscar una manada de lobos? ¿Y qué haréis si la encontráis? ¿Celebrar un banquete de bienvenida? -No, tan sólo observarlos y luego marcharnos –dijo Kodran-. ¡Vamos, Erik! ¿Qué te pasa? Desde que éramos unos niños hemos estado escuchando historias sobre lobos, siempre hemos deseado ver una manada y ahora tenemos la oportunidad. Tú eres un buen rastreador y siempre has tenido un don especial para tratar con los animales. -Por eso soy amigo vuestro –comentó Erik sonriendo. -¡Estoy hablando en serio! Gunnar y yo vamos a ir, puedes venir con nosotros o quedarte aquí todo el día. A la vuelta te contaremos lo que hemos visto y entonces te arrepentirás. -Está bien -cedió Erik-, os acompañaré, pero sólo para asegurarme de que no os perdéis en el bosque. No creo que haya ninguna manada por aquí, seguramente el lobo que cazó el canalla de Olaf estuviera solo y por eso estaba tan desesperado como para atacar una granja. Así que pasaremos el día rastreando el monte, pasando frío y volveremos a casa con los pies húmedos y sin haber visto ni un sólo lobo ni nada que se le parezca. Y, sinceramente, casi mejor si no encontramos nada, porque no me gustaría servirles de aperitivo. Esperad, voy a decírselo a mi padre. -¿¡Vas a decírselo a tu padre!? –preguntó Gunnar aterrorizado. -Alguien tendrá que encargarse de cuidar de los animales si yo estoy fuera –respondió Erik-. No querrás que desaparezca sin más. -No se te ocurra contarle a lo que vamos. Como mis padres se enteren me matan –advirtió Gunnar. -Sí, es cierto –admitió Kodran-, a mis padres tampoco les haría mucha gracia. Así que no le digas que vamos a buscar una manada de lobos, ¿vale? -Tranquilos, le diré la verdad; que vamos a pasar el día en la montaña observando lo bonito que está el bosque en invierno –concluyó Erik. -¿Por qué habrán vuelto los lobos? –preguntó Gunnar mientras aceleraba el paso para no quedarse atrás. Hacía ya más de una hora que se habían adentrado en el bosque y, de momento, no habían encontrado ningún rastro a seguir. Erik marchaba en cabeza marcando un ritmo fuerte. Desde niño se había sentido atraído por la naturaleza, le gustaba pasar largos ratos paseando solo por el bosque, descubriendo nuevas plantas y observando las diferentes criaturas que lo habitaban. Hubo incluso quien llegó a decir que era capaz de hablar con los animales. Leyendas aparte, lo cierto era que poseía el don de saber ganarse su confianza y les mostraba un gran respeto. Ante la falta de respuesta, Gunnar insistió –Erik, ¿no me has oído? -Claro que te oigo, Gunnar –respondió Erik en voz baja-, es imposible no hacerlo. No has parado de hablar desde que hemos salido, has pisado todas y cada una de las ramas que había en el camino y vas chocando contra los árboles como si fueras un oso intentando espantar a un enjambre de abejas. No sé si los lobos han vuelto o no –continuó Erik sonriendo-, de lo que sí que estoy seguro es que no los encontraremos si seguimos haciendo tanto ruido. -¿Que tal si paramos un poco? –intervino Kodran-. No me vendría mal un pequeño descanso. -De acuerdo –asintió Erik-. Vamos a ver qué llevas en la bolsa Gunnar, que con las prisas no he podido ni desayunar. -Yo he cogido lo primero que he visto mientras salía de casa; algo de queso, pan, fruta… bueno, y más cosas. Sírvete tu mismo –dijo mientras le pasaba su zurrón a Erik. -Caramba, con razón te costaba mantener el ritmo mientras andábamos, has traído comida para alimentar a todo un poblado. -Con la comida no se juega, ¿verdad Gunnar? –dijo Kodran sonriendo, mientras se acercaba a Erik para inspeccionar el contenido de la bolsa-. ¿Y esto es lo primero que has visto? Me gustaría ver lo que hubieras cogido si te hubiera dado más tiempo. Los tres amigos comieron en silencio disfrutando de la tranquilidad del bosque. El sol se filtraba entre las hojas de los árboles. Una ardilla curiosa contemplaba la escena desde una rama y varios pájaros buscaban algún insecto que les sirviera de desayuno, sin prestar mayor atención a los intrusos. De repente, un aullido desesperado rompió la quietud del momento y heló la sangre de los chicos. Erik se puso en pie de un salto cogiendo su arco instintivamente. Al aullido le siguieron gruñidos y otras señales de lucha. El ruido procedía de algún lugar cercano un poco más elevado. -¡Era cierto! ¡Hay lobos! –dijo Erik en un susurro mientras se encaminaba sigilosamente hacia el origen de los ruidos. -¿Ves? –protestó Kodran también en voz baja-. Y ahora ¿qué hacemos? -¿Cómo que qué hacemos? ¿No queríais verlos? Pues ahora tenéis la oportunidad. Ese aullido ha sonado muy cerca, no pueden estar a más de trescientos o cuatrocientos metros de aquí. Nos aproximaremos sin hacer ruido hasta un lugar desde el que podamos verlos y rezaremos para que no nos huelan. -¿Estás seguro de que no es peligroso? –dijo Gunnar con voz apenas audible-. Quizá lo de venir en busca de los lobos no haya sido tan buena idea. Erik se detuvo en seco. Seguía mirando hacia delante, así que no podían ver su expresión. –Tienes razón, Gunnar, es muy peligroso. No sabemos si sólo hay un lobo o una manada entera. Si nos acercamos más es muy probable que nos descubran y no sabemos cómo van a reaccionar. De hecho, es posible que ya sepan que estamos aquí. Lo más prudente sería marcharse a toda velocidad, pero –se volvió hacia ellos y los miró con gran determinación-, como vosotros mismos dijisteis, siempre hemos estado escuchando historias sobre los lobos y deseando verlos, y ahora tenemos la oportunidad… Y yo no pienso dejarla escapar. Podéis venir conmigo, esperar aquí o volver a la aldea, vosotros veréis. -Yo voy contigo –dijo Kodran con decisión-, no hemos llegado hasta aquí para darnos la vuelta ahora, ¿no crees, Gunnar? -Es verdad, con lo que me ha costado la subidita, como para volverme con las manos vacías. ¡Vamos allá! Despacio, los tres amigos avanzaron intentando hacer el menor ruido posible y ocultándose detrás de árboles y arbustos. Ahora escuchaban con claridad una mezcla de gruñidos, aullidos y otros sonidos que no acertaban a distinguir. De repente, Erik se detuvo con los ojos clavados en lo que tenía delante. En cuanto Kodran y Gunnar le alcanzaron, pudieron ver qué había llamado tanto la atención de su amigo. A poco más de veinte metros de su escondite, varios zorros rodeaban a una loba, que custodiaba la entrada de una pequeña cueva. Su elegante pelaje gris estaba manchado con sangre alrededor del cuello y en las patas traseras. Aún así, se erguía desafiante protegiendo a sus crías de las raposas que, sin atreverse a lanzar un ataque definitivo, intentaban alcanzar a los cachorros refugiados tras su madre. De hecho un par de lobeznos yacían inmóviles junto a uno de los zorros. La escena era dramática; los aullidos de la madre transmitían una amarga sensación de rabia e impotencia. Sin previo aviso, la jauría se abalanzó sobre ella y, en ese mismo instante, una flecha rasgo el aire y se clavó con fuerza en el cuerpo de uno de los agresores, que cayó fulminado. Sorprendidas, las alimañas se dieron la vuelta buscando a su enemigo a la vez que llegaba una segunda flecha, que abatió a otra de ellas. Acto seguido, Erik, armado con su arco, saltó de su escondite y corrió hacia los zorros gritando: -¡Largo de aquí! ¡Fuera! –Aún tuvo tiempo de lanzar otra flecha que se clavó en un tronco cercano a una de las raposas, que huían sin ni siquiera llevarse consigo los cachorros que habían arrebatado a su madre.



En cuanto llegó a la entrada de la cueva, Erik se detuvo mirando con tristeza a la loba, que yacía gimiendo de dolor junto a los cuerpos inanimados de sus crías. Lentamente se acercó a ella poniéndose de cuclillas, y extendió la mano hacia la cabeza del animal. -Erik, ¿qué haces? ¿Te has vuelto loco? –preguntó Gunnar en un medio susurro. Kodran, a su lado, no se atrevía a hablar y contemplaba la escena con la boca abierta. Erik no prestó atención a las advertencias de su amigo y continuó aproximando su mano a la loba, que se debilitaba por momentos. Con sumo cuidado y respeto, Erik acarició la cabeza del gran animal, que lo miraba atentamente clavando en él sus ojos ambarinos. Gunnar comenzó a decir algo ininteligible pero Kodran, con un rápido gesto de la mano, le indicó que se callara. Erik no parpadeaba, miraba a la loba mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Haciendo un gran esfuerzo, el animal, herido de muerte, giró la cabeza hacia el interior de la cueva a la vez que se le escapaba un ligero sollozo. Erik miró en la dirección que le indicaba la loba y, a duras penas, logró distinguir dos figuras diminutas que temblaban en la oscuridad. Se levantó muy despacio y fue hacia ellas. Con cuidado, cogió a los cachorros y los llevó junto a su madre, que comenzó a lamerlos con ternura. Detrás de Erik, Gunnar y Kodran observaban la escena sin saber qué hacer. Tras unos segundos, la loba dejó caer su cabeza sobre la nieve. -¿Ha muerto? –preguntó Kodran. -Sí –respondió Erik con los ojos clavados en el suelo. -Y ahora ¿qué hacemos? –intervino Gunnar. -Haremos una gran hoguera y quemaremos su cuerpo y el de los cachorros muertos. Así evitaremos que esas malditas alimañas vuelvan a por ellos. -¿Y qué vamos a hacer con estos cachorros? –dijo Kodran señalando a los dos pequeños lobeznos, que seguían acurrucados contra el cuerpo inerte de su madre. Erik los miró pensativo unos instantes, después se volvió hacia Kodran y Gunnar y dijo: “yo cuidaré de ellos”. Tardaron más de una hora en conseguir apilar un montón de leña lo suficientemente seca. Erik se encargó de encender la hoguera que, en pocos minutos, consumió los troncos y los cadáveres de los tres lobos. Cuando ya casi se había extinguido, cubrieron las cenizas con nieve hasta que no quedó el más mínimo rastro. -Ahora ya sabemos por qué el lobo se acercó a la granja del viejo Styrmir –dijo Erik mientras caminaban de vuelta a la aldea-. Estaba tan desesperado al no encontrar suficiente caza en el bosque que se arriesgó a acercarse al poblado. -Pensaba que los zorros sólo comían gallinas y conejos –comentó Gunnar. -Habitualmente sí pero, como este invierno ha sido especialmente frío y largo, la comida ha escaseado... –respondió Erik. -Pues sí que tenían que estar hambrientos para enfrentarse a unos lobos –opinó Kodran. -Si se hubiera tratado de unos lobos, no se habrían acercado. Se han atrevido a atacarles porque sólo era una loba hambrienta y sus crías –le corrigió Erik. -¿Y qué vas a hacer con los cachorros? –Le preguntó Gunnar-. ¿Crees que tú padre te dejará criarlos? -No lo sé, espero que sí. Erik continuó andando pensativo. Árkhelan, su padre, era un hombre bueno pero exigente. Durante muchos años había servido en la guardia personal del rey hasta llegar a ser general. Tras muchos combates y casi tantas heridas, había decidido retirarse del ejército para dedicarse a su familia llevando una vida sencilla. Erik le quería mucho y sentía hacia él un profundo respeto y una gran admiración. Sabía que no iba a ser fácil convencer a su padre para que le permitiera criar a los lobos, al fin y al cabo, eran animales peligrosos para el ganado y también para las personas… Quizá fuera una imprudencia llevarlos a la aldea, pero qué podía hacer si no, ¿dejarlos en el bosque? No sobrevivirían ni una sola noche. Erik echó un vistazo a los dos cachorrillos que llevaba envueltos en su capa. Casi no podían abrir los ojos y lloriqueaban de hambre. No, no los dejaría morir, sentía que tenía la responsabilidad de velar por su vida.

Una breve introducción



Seguro que hay muchos lectores habituales que, en algún momento de sus vidas, se han planteado la posibilidad de escribir un libro; "algo sencillo, sólo por gusto" se suele decir. Pues bien, yo soy uno de esos, lo reconozco.

Empecé "Erik, hijo de Árkhelan" hace casi dos años. Hasta entonces, la posibilidad de escribir una novela no era más que eso, una posibilidad. Sin embargo, un día, vete tú a saber por qué, me decidí a ponerme manos a la obra y, varios meses después... Terminé. Ilusionadísimo por semejante hazaña, envié mi novela al concurso literario "Barco de Vapor", prácticamente convencido de que iba a ganar. El premio, 100.000 € y la publicación de la novela, era como para soñar, pero "los sueños sueños son" y hace unas semanas tuve que volver a la realidad y asumir que para que mi novela viera la luz, tendría que pasar por el pesado trámite de enviarla a todas las editoriales habidas y por haber, y luego esperar a que algún editor se fijara en ella y quisiera darle una oportunidad... Y en esas estamos.

Mientras tanto, he decidido colgar los primeros capítulos en este blog. No sé si habrá alguien con tiempo y ganas para echarle un vistazo, pero por mi parte no va a quedar.

Así que, aquí tienes el inicio de mi primer libro. Espero que te guste.










Un saludo

¿Por qué un blog? Sinceramente, no lo sé; quizá la respuesta más honrada sería ¿y por qué no? Alguien me comentó que un experimentado profesor universitario recomendaba a sus alumnos escribir frecuentemente "porque escribir nos hace mejores personas". Comparto esta opinión y me parece motivo suficiente para dedicarle algún que otro rato a rellenar líneas y enviarlas al ciberespacio, igual que el naúfrago envia mensajes en una botella.

Así que... ¡Allá vamos!